jueves, 31 de marzo de 2011

Ricardito, hijo querido, no confundas las convicciones de Raúl, tu Padre.

                           Puja electoral y comicios de 1983 y de 2011.

En "Concepguay", ER, al 31-03-11/ gpPP.

Las elecciones del 1983, luego de un período de gobiernos de facto, se dieron en un ambiente ideológico que era una transición de los mismos dogmatismos que se enfrentaban desde los setenta.

Así Ítalo Luder, para sectores conservadores, de la derecha del PJ, y obligadamente para el sector político militar que se iba con el Proceso, resultaba el más previsible para mantener las posiciones alcanzadas en la lucha ganada en lo económico militar y que se les escamoteaba en lo político social.

O al menos para evitar un quiebre profundo y traumatizante para ellos mismos. De allí el apoyo que recibió de esos sectores.

Aunque esta substancial ponderación estaba invisibilizada para  gran parte  del pueblo, que se entusiasmaba con el componente  sentimental tradicional del Peronismo.

Sin embargo, no fue la elemental actuación con desplante emocional, como un hincha de futbol alentando  a su equipo o denostando al rival, que el episodio del ataúd de Herminio Iglesias determinó el vuelco del electorado hacia el radicalismo.

Esas cuestiones no resultan trascender más allá del del acto en sí, como ingenio oportuno y vivaz, para el sentimiento y la razón del electorado justicialista en sus expresiones más mayoritariamente populares.

Claro está, como sigue sucediendo, los arrebatos de algunos, aún originadas por causas totalmente justas, obran como detonador para las tácticas electorales, que desvirtuadas en su sentido y dirigidas como armas peligrosas, estimulan las aversiones de sectores tradicionalmente temerosos de los cambios aunque éstos signifiquen una evolución social en la crisis de crecimiento.

En cambio Raúl Alfonsín, en aquel 1983, con gran capacidad para vislumbrar el porvenir a partir de un ciclo ya agotado, supo precisamente, interpretar esa disyuntiva que atravesaba transversalmente las expectativas de la ciudadanía en general.

Y con una legítima proclama expresó aquellas frases respecto a la Democracia, que no sólo inspirarían la confianza necesaria para su triunfo, sino que lo inmortalizarían para la historia argentina.

Es así que, parte del electorado a más de los propios, y la mayoría de la juventud, volcaron sus preferencias hacia él, y le dan un triunfo sorprendente.

Claro que no bastaba para acallar las pretensiones de continuidad de quienes usufructuaban los privilegios, ahora disputados en el juego electoralista y con la intención de cambio manifestada en el  programa Alfonsinista.

Perdedores en las urnas, rápidamente comenzaron a socavar su gobierno. Pero con lo hecho y orientado en ese primer tramo de su mandato, alcanzó para restablecer la credibilidad  en las democracias y sus posibilidades de lograr los cambios socio económicos inevitables.

Aunque luego, sojuzgados nuevamente, recrudecieron alevosamente con el soporte brindado a la candidatura de Menem. Sobrevino así la década perversa, como nadie se hubiera imaginado que volvería a instalarse en la nación argentina.

No es motivo de esta nota comentar y explayarme en lo dramático de un engaño y la sutileza de la traición con que se sometió indignamente a personas, familias, barrios y poblaciones enteras de nuestra patria.

Cuyas secuelas duran todavía y exigen constancia y continuidad para seguir  brindando las reparaciones morales y materiales que provocó la expoliación.

Pero la convocatoria aquella de Raúl Alfonsín, no sólo resultó de eficiente discurso; tuvo la impronta de la proyección del estadista.

Y quienes quieran que hayan sido los votantes que lo eligieron, incluso los necesarios votos peronistas que posibilitaron alcanzar la mayoría, tradicionalmente esquiva para el radicalismo, obraron de pleno derecho, libertad de conciencia y legítima expectativa.

Entonces, Raúl Alfonsín se expresó con sinceridad humana, actuó con honestidad intelectual y  con habilidad política posibilitó sabios discernimientos que le facilitaron una efectiva elección presidencial.

Ahora, Ricardo Alfonsín, rescata aquellos hechos, y los transporta a la puja electoral del presente, cambiándole el sentido a los argumentos verdaderos de entonces en un intento equívoco de emular, equiparando las opciones, forzando los argumentos y pretendiendo las preferencias, tal como aquellos electores  lo fueron de su señor padre.

Intenta acrecentar su caudal de votantes probables, dirigiéndose, exactamente, al mismo estadio de la sociedad en general, y del peronismo en particular, que rechazó el discurso de su padre, que no lo votaron, y aun así, por ello mismo, le permitieron ser elegidos por otros más y fue electo Presidente.

Esta apelación oportunista, en distorsionada comparación con aquella real y cierta, no sólo lo muestra en una personalidad distinta – por ser contemplativo y respetuoso con la honorabilidad del apellido -, sino que innecesariamente socaba el capital político histórico que destacó a Raúl Alfonsín, y que posibilitó mantener en potencia a su propio partido volviendo y a pesar de recientes  pobrísimas performances de gobierno. 
 
Para peor desacierto, ahora en cambio no sólo están perfectamente visibilizados los mismos contrincantes sectarios de aquella vez, sino que además se muestran con desesperado desparpajo, aliados a los sectores monopólicos del mercado a-dorado e insensible que dominaron impunemente a los gobiernos pasados – por caso el del mismo Raúl Alfonsín en su mandato acortado -.

Prepotentes, temerarios, que arremeten salvajemente contra el actual legítimo, transformador y equitativo gobierno republicano, democrático y federal.

           Y hasta el mismo Partido radical debe y puede volver por sus fueros, rescatándose de las garras insaciables, para acompañar con altura cívica opositora al gran pueblo argentino, en  estos notables logros en una nueva era que ya iniciamos.

          Es como que ahora las declamaciones participativas y los hechos concretos se hubieran  transpolado a favor de la verdad, y tanto el bien como la esperanza altruista, estuvieran alineadas en el sentido y eje planificador del gobierno, con total armonía para las realizaciones ciudadanas y el destino rector del peronismo, hallazgo y forja argentino, en el concierto de naciones de américa toda. 

 La base electoral en estos nuevos tiempos es más sólida y equilibrada con el aprendizaje vivido, y seguramente asistiremos a un apoyo tradicional y masivo en las urnas a los candidatos del PJ, y de la figura, operativa ejecutiva o de sublimada conducción, de Cristina Elisabet Fernández de Kirchner en octubre de 2011.                                                                                                      (s.e.u o.).-

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